Esto significa que en el diseño de procesos se incluye como parte del esquema no solo la acción realizada, sino las personas encargadas de desarrollarla, los materiales necesarios y, sobre todo, los posibles cursos de acción frente a cada movimiento del proceso. Con esto los procesos se vuelven un conjunto de reglas claras que pueden ser seguidas en diferentes situaciones y se deja así de lado la tendencia a improvisar y a solucionar problemas imprevistos cada día de la operación.

Además, el diseño de procesos y la regulación del flujo de trabajo permiten automatizar una gran cantidad de las tareas de la operación. Esto es una gran ayuda si pensamos que un gran porcentaje de las tareas que ocurren en las compañías son repetitivas y quitan una importante atención que puede dedicarse a otras actividades de mayor importancia. Según algunas investigaciones, la tecnología actual permite una gran transición a la automatización de procesos:

Un 45 por ciento de las actividades laborales pueden automatizarse usando tecnología que ya está disponible. Si las tecnologías que procesan y entienden el lenguaje natural alcanzaran el nivel promedio de desempeño humano, también se podría automatizar un 13 por ciento de las actividades laborales en la economía de los Estados Unidos (mckinsey.com).

Entonces, si bien “menos del 5 por ciento de las ocupaciones pueden automatizarse completamente con la tecnología actual”, debe entenderse que más o menos “el 60 por ciento de las ocupaciones podrían automatizar un 30 en un por ciento o más de sus actividades constitutivas”. Con esto se puede ver que la tendencia a la automatización

tiende a cambiar “la gran mayoría de las ocupaciones –al menos en cierto grado–, y estas necesitarán una redefinición y una transformación de los procesos de negocio” (mckinsey.com). Así, la gestión del workflow mejora la salud en el trabajo.